Aún queda ese sabor amargo de lo que un día quise llamar "amor". Aquello
que para muchos es cosa de dos días, para unos, toda una vida, y para
otros algo inexistente. Aún queda ese regustillo a felicidad constante,
esa sonrisa estúpida al mirarle de la cual más de uno se da cuenta. Está
grabado, aquí dentro. Como el rumor de las olas en una caracola. Este
lejos o este cerca, ese leve susurro viaja unido a ella. Y creo que me
siento así. Que no sé cuanto durará esto. Que ni siquiera sé cuando
empezó ni cuando piensa acabar. Pero que no quiero que termine. Que soy
adicta a esa sensación de recuerdo cercano. A ese recuerdo con complejo
de futuro.
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