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lunes, 5 de diciembre de 2011

Historias sin, aun, un final.

Anoche la conversación cesó con un mensaje mío. Comencé a pensar junto a mi almohada que se había enfadado o algo, que pensaba que le estaba vacilando de algún modo.  Apenas le conozco, pero tengo ganas de él y necesitaba su respuesta.
Yo nunca voy a lo loco, me da vergüenza quedar a solas con alguien y más con un chico y me da miedo que pueda salir mal la tarde, entre silencios incómodos. Pero la vida no está para dejar pasar trenes y, como alguien me enseñó sin querer hacerlo, hay que ir a por lo que queremos, por muy pequeño que sea. Ahora las manos me tiemblan a ratos cuando lo pienso, pero no creo que pase nada, y eso me tranquiliza.
A las 10.30 de la mañana, tras despertarme con los pasitos de mi perro en la habitación, he mirado el móvil. Nada. Dejémoslo pasar, es más sencillo. No puedo hacer más, hasta que decida contestar… La mañana ha transcurrido, y por alguna razón me he puesto a toquetear el móvil. No tenía el internet conectado, no sé por qué. Le he dado al pequeño tic y de repente mil pitiditos han sonado. Mensajes suyos y de algún amigo más. He sonreído y he ido directa. Quiere verme. ¿Cuándo? ¿Dónde? No lo sé. Pero promete.

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